lunes, 31 de agosto de 2020

PETROPERÚ lanza la edición Premio Copé 2020 conformado por la XXI Bienal de Cuento y VII Bienal de Ensayo.

Premio Copé 2020

Para un mejor acceso con lector de pantalla, consignamos aquí los detalles del 'Premio COPE 2020' en sus dos categorías para este año:

El PREMIO COPÉ es un concurso literario, impulsado por Petroperú desde 1979 que por su prestigio e importancia ocupa el lugar que tenían los desaparecidos Premios Nacionales de Literatura en el Perú.

Bases del Concurso

XXI Bienal de Cuento
  1. Podrán participar todos los peruanos residentes en el Perú o el extranjero, y ciudadanos extranjeros nacionalizados o residentes en el Perú, sin distinción –excepto los ganadores del Premio Copé Oro de las bienales anteriores de Cuento–, siempre que las obras sean escritas en español y se envíen en este idioma. Asimismo, solo participarán obras que no se hayan presentado con anterioridad a otro premio o concurso nacional o internacional cuyo fallo esté pendiente.

  2. El tema es libre.

  3. El cuento debe ser inédito —no se considerará inédita la obra que haya sido publicada aun parcialmente por cualquier medio—. La extensión máxima será de 30 páginas, y debe presentarse digitado por una sola cara en papel A4 (21 x 29.7 cm.), a espacio y medio entre líneas, en letra Arial 12.

  4. Los participantes concursarán bajo seudónimo.

  5. El envío de los trabajos será de manera digital a partir del 17 de agosto del 2020, en un espacio virtual en nuestra página web.

  6. El cierre de la convocatoria para enviar los trabajos de manera digital será ampliado hasta el 30 de setiembre del 2020.

  7. Los premios serán:

Primer Puesto: Trofeo Copé Oro y 50.000 soles

Finalistas: Diploma de Honor            El Jurado calificador podrá considerar además seleccionar Menciones Honrosas.

  1. Los concursantes podrán presentar más de un cuento al concurso, siempre que lo hagan con seudónimos diferentes.

  2. El Jurado Calificador estará integrado por un representante de cada una de las siguientes instituciones: Ministerio de Cultura, Academia Peruana de la Lengua, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Pontificia Universidad Católica del Perú y Petróleos del Perú. Los datos del ganador y finalistas seleccionados se revelarán ante notario público. El fallo será inapelable y se dará a conocer en el mes de diciembre de 2020.

  3. Los resultados de la presente edición del concurso se publicarán en la página web de Petróleos del Perú y en las redes culturales de la empresa, notificándose además al ganador del premio.

  4. La obra ganadora y finalistas serán publicadas en un solo volumen por PETROPERÚ bajo el sello Ediciones Copé, que se reserva los derechos para la primera edición por el período de tres años; y para publicaciones antológicas y por Internet sin límite de tiempo. Salvo esta reserva, los derechos de autor pertenecen totalmente a los premiados.

  5. La participación en este certamen implica la aceptación de todos los puntos antes señalados.

  6. Cualquier caso no previsto en las presentes bases se resolverá a criterio del Jurado Calificador y de los organizadores.

VII Bienal de Ensayo
  1. Podrán participar todos los peruanos residentes en el Perú o el extranjero, y ciudadanos extranjeros nacionalizados o residentes en el Perú, sin distinción –excepto los ganadores del Premio Copé Oro de las bienales anteriores de Ensayo–, siempre que las obras sean escritas en español y se envíen en este idioma. Asimismo, solo participarán obras que no se hayan presentado con anterioridad a otro premio o concurso nacional o internacional cuyo fallo esté pendiente.

  2. El tema es libre.

  3. El ensayo deberá ser inédito —no se considerará inédita la obra que haya sido publicada aun parcialmente por cualquier medio—. La extensión mínima será de sesenta páginas y debe presentarse digitado por una sola cara en papel A4 (21 x 29.7 cm.), a espacio y medio entre líneas, en letra Arial 12.

  4. Los participantes concursarán bajo seudónimo.

  5. El envío de los trabajos será de manera digital a partir del 17 de agosto del 2020, en un espacio virtual en nuestra página web.

  6. El cierre de la convocatoria para enviar los trabajos de manera digital será ampliado hasta el 30 de setiembre del 2020.

  7. El premio será único e indivisible:

        Primer Puesto: Trofeo Copé Oro y 50.000 soles
    
        Finalistas: Diploma de Honor
    
        El Jurado Calificador podrá considerar además seleccionar Menciones Honrosas.
    
  8. Los concursantes podrán presentar más de un ensayo al concurso, siempre que lo hagan con seudónimos diferentes.

  9. El Jurado Calificador estará integrado por un representante de cada una de las siguientes instituciones: Ministerio de Cultura, Academia Peruana de la Lengua, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Pontificia Universidad Católica del Perú y Petróleos del Perú. Los datos del ganador y finalistas seleccionados se revelarán ante notario público. El fallo será inapelable y se dará a conocer en el mes de diciembre de 2020.

  10. Los resultados de la presente edición del concurso se publicarán en la página web de Petróleos del Perú y en las redes culturales de la empresa, notificándose además al ganador del premio.

  11. El ensayo ganador será publicado por PETROPERÚ bajo el sello Ediciones Copé, que se reserva los derechos para la primera edición por el período de tres años; y para publicaciones antológicas y por Internet sin límite de tiempo. Salvo esta reserva, los derechos de autor pertenecen totalmente al premiado.

  12. La participación en este certamen implica la aceptación de todos los puntos antes señalados.

  13. Cualquier caso no previsto en las presentes bases se resolverá a criterio del Jurado Calificador y de los organizadores.

Más información con todos los detalles del concurso Visitar el sitio official del Premio COPE 2020

sábado, 29 de agosto de 2020

BIRD: A los Cien años de nacimiento del gran Charlie Parker

ROSS RUSSELL

  • Extraído del libro 'BIRD, BIOGRAFIA DE CHARLIE PARKER, del escritor Ross Russell.

Charles Christopher Parker, nacido el 29 de agosto de 1920, es uno de los mayores artistas que ha dado Estados Unidos. El jazz, aunque generalmente se ignora, es la única forma de arte auténticamente norteamericana. Esta evidencia no parece ser muy apreciada por una moral siempre vigente que vio en artistas como Parker (Parker como emblema, y no solamente como músico de jazz) la parte sucia de su cara limpia. Charlie Parker fue drogadicto, bulímico, alcohólico y tenía problemas mentales más o menos recurrentes. Estas características, que él nunca se ocupó de esconder, son en una sociedad de la abundancia y con vocación cosmética, de mayor peso que cualquier forma de arte. Charlie estaba destinado a no ser una gloria nacional ni motivo de orgullo colectivo. Cuando murió no había cumplido los 35 años. El médico que firmó el acta de defunción aseguró que bien podía tratarse de un hombre de 55 mal llevados. Su último acto vital fue un ataque de risa frente al televisor; eso le produjo un colapso y murió. Estaba pasando unos días de reposo en casa de una amiga rica y blanca, una baronesa llamada Nica, protectora de los músicos negros, a quien se le han dedicado algunas composiciones meritorias.

A mediados de los años cuarenta Charlie Parker fue coprotagonista y, finalmente, la figura más destacada del jazz. Nunca antes de él y de la revolución del bebop se habían producido tantas novedades estéticas, profundas y formales en el campo de esta música; nunca volverían a producirse, al menos de tanta entidad y en un período tan corto de tiempo. Cambios posteriores, como por ejemplo el free-jazz de los sesenta, no tuvieron la perdurabilidad referencial de las mutaciones puestas sobre la mesa por Parker, Dizzy Gillespie y Thelonious Monk. Ross Russell narra minuciosamente, casi a modo de crónica, cómo fue aquello. No conoció a Charlie Parker en su infancia y juventud pero tiene fuentes veraces y, con honestidad, trabaja sobre ellas. No es aventurado afirmar que el propio biografiado le suministró una gran cantidad de material anecdótico. Podemos imaginar interminables charlas nocturnas con un Parker divagante y un Russell riguroso, curioso y fiel.

Cuando Charlie Parker tenía veinticinco años era ya el músico de jazz más admirado por sus colegas, pero era un hombre que caminaba hacia una muerte prematura: fumaba tabaco desde los diez años, a los catorce comenzó con la marihuana y a los quince se inyectó por primera vez heroína, la puta sustancia que destruye a los chicos de periferia, a los negros, a los marrones, a los rubios llegados últimos, a los presos, a los olvidados. Pero Charlie Parker era un hombre con una fortaleza física extraordinaria, y además creía firmemente que podía dejarlo cuando quisiera. Nunca pudo más que reemplazarlo por alguna otra basura. A los veinte años ya era un maestro absoluto en su instrumento, el saxofón alto; conocía perfectamente la armonía, que había estudiado por su cuenta, y era dueño y señor de una sonoridad potente, elaborada y definida: su propia voz, a través de la cual expresaría su visión del mundo y nos ayudaría a comprendernos a nosotros mismos un poco más. Era un artista.

Poco tiempo después sus colegas lo observaban como a un héroe, como a una especie de líder espiritual, algo que él siempre evitó ser. Cuentan sus amigos que vivía aterrorizado ante la idea, muy difundida entre los músicos de jazz, pero también entre artistas de otras disciplinas que lo admiraban, de que la heroína era la verdadera causa de su talento. Algunos cayeron ingenuamente en el hábito: el caso más patético fue el del trompetista Red Rodney, pero ni Miles Davis ni Dex-ter Gordon escaparon de ese prejuicio autodestructivo. Otro admirador suyo, el trompetista Chet Baker, murió en 1988 sin haber podido extirpar de sí el deseo permanente de heroína; cayó de la ventana de un hotel; algunos opinan que fue defenestrado por traficantes impagados. Alguna vez Baker contó que debía el hábito a aquella idea de «Parker más heroína igual a genio». Charlie Parker no era un profeta ni un guía, para él sus compañeros músicos no eran más que eso: compañeros de ruta. Siempre los escogió con cuidado, tenían que estar a la altura de las circunstancias, es decir a su altura. Como escribe Arrigo Polillo: «...sólo en eso puede Charlie Parker ser considerado un líder; los grupos que reunió alrededor suyo estuvieron guiados por la concepción musical que se manifestaba a través de sus solos, y se imponía con prepotencia». Durante los años de la posguerra reinó en solitario y no hubo nadie que pudiera hacerle sombra, ni Thelonious Monk, ni Dizzy Gillespie, ni los dos grandes clásicos siempre activos y renovados, Duke Ellington y Count Basie, con sus respectivas poderosas orquestas, implacables máquinas de hacer música; ni siquiera Lester Young, el desdichado saxofonista tenor de Kansas City en quien inicialmcnte Parker se había inspirado. Su otra inspiración confesada, Buster Smith, había desaparecido de la escena musical.

Mucho se ha perdido de Charlie Parker. La ya aludida limitación a los tres minutos o poco más choca contra los testimonios de sus contemporáneos, que pudieron escucharlo en sus largas improvisaciones en recitales con público o en jam sessions privadas.

Parker es la arteria principal del jazz de los años cuarenta, el bebop, pero el primero en llamar la atención de los críticos y aun del público fue Dizzy Gillespie; entonces Parker permanecía en un segundo plano, como una sombra, como un marco de referencia no prescindible pero sí algo oscurecido. Es un hecho explicable: Dizzy Gillespie tocaba la trompeta, su sonoridad era espectacular en su brillantez, su presencia personal era arrolladora, su poder de comunicación con el público era inmediato y totalizador, sus cascadas de notas, de una velocidad y una concisión jamás escuchada antes en un trompetista, eran sorprendentes; recorría todos los registros del instrumento de tres cilindros con una facilidad y una soltura que no evidenciaba imposibilidades. Su música no era fácil, era la misma que hacía Charlie Parker, pero algo en su carácter irónico, a veces abiertamente sarcástico y siempre extravagante, le hizo ganar las simpatías y la curiosidad de todos, incluso de los que no comprendían su música. Charlie Parker, por el contrario, tenía una potencia y una energía interior reticente y reservada, y cierta desconfianza que le impedía mostrarse tal cual era. Su genio permanecerá oculto, un poco a la sombra del de Dizzy Gillespie, por lo menos durante los dos primeros años de su trabajo en común.

Durante el tiempo en que Parker estuvo «perdido» en California (Hollywood había recibido su música con indisimulada hostilidad), con las facultades mentales alteradas, dejó testimonio de algunas obras maestras: Yardbird Suite, Omithology y A Night in Tunisia, grabados en compañía de un muy joven Miles Davis, que era un hijo de la burguesía negra, caprichoso e inconformista. Esos tres temas pueden ser considerados como intervalos de lucidez en una época terrible. Cuatro meses más tarde se produce la legendaria sesión en la que graba Lover Man con la ayuda de media botella de whisky ingerida en treinta segundos. Inmediatamente después, completamente fuera de sí, es internado en una clínica para enfermos mentales, el Camarillo State Hospital, donde permanece hasta 1947. Cuando sale del manicomio, parece un hombre nuevo. Varios meses de serenidad aparecen como un tiempo que le ha dado una nueva medida de sí mismo; es un hombre equilibrado que está en condiciones de regalar a los que esperan su música una serie de joyas: Cool Blues, Bird’s Nest, Embraceable You, My Oíd Llame, Bird ofParadise, Cheers, Relaxan'at Camarillo y, sobre todo, el monumental Parker"s Mood. Es el momento más fecundo y sensato de la vida artística de Charlie Parker. Es unánime la opinión de que Parker"s Mood, Bird ofParadise y alguna de las otras obras mencionadas representan el vértice de su carrera, pero análisis hechos sobre la obra posterior (hasta 1954) reducen la diferencia que en un momento quería verse. Las selecciones fueron hechas severamente. De hecho, de cada tema se grabaron muchas versiones y se eligió la considerada mejor por el propio artista. Por esta razón es raro que el precario estado de salud del saxofo-nista se haga evidente en sus grabaciones, salvo, claro está, en el caso de Lover Man\

miércoles, 12 de agosto de 2020

Como el silencio que queda después del amor

Vicente Aleixandre

Después del amor

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,

como el silencio que queda después del amor,

yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.

Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído

y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo,

que hace un instante, en desorden, como lumbre cantaba.

El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua, para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,

convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace. Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,

se sabe que la amada persiste en su vida.

Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza

al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera, sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente

la vida, la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba.

He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado, opulento de su sangre serena, dorado reluce.

He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie,

y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,

la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido,

y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcido vela.

En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,

está la boca fina, rasgada, pura en las luces.

  • Extraído del libro 'Historia Del Corazón'

jueves, 6 de agosto de 2020

La Feria del Libro FIL Lima 2020 será virtual

     <p><a href="https://www.fillima.com.pe">FIL LIMA 2020</a></p>

<p>Este año, la fiesta literaria se renueva en su primera edición virtual a través de una plataforma 100% digital en la cual estarán disponibles más de 100.000 títulos.

Del 21 de agosto al 6 de setiembre, se realizará la FIL Lima 2020 en la que el público podrá disfrutar gratuitamente de más de 300 actividades que incluyen presentaciones de libros, conversatorios, mesas redondas y conciertos.</p>

<p>La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL LIMA) es el evento cultural y editorial, de periodicidad anual, más grande e importante del Perú, cuya organización está a cargo de la Cámara Peruana del Libro.</p>

<p>Desde 1995, la feria ofrece a sus visitantes lo mejor y más reciente de la producción editorial. Además es el espacio donde los lectores de todas las edades pueden conocer a sus autores favoritos, tanto nacionales como internacionales.</p>

                    <p>Más información <a href="https://www.fillima.com.pe">visitar el sitio oficial de la FIL</a></p>


martes, 4 de agosto de 2020

Le alcanzó con una marca en un partido. No cualquier marca

Gustavo Dejtiar - Oscar Barnade
Tomado del libro: 1986: la verdadera historia
Los momentos más calientes, más extremos y más angustiantes los vivió la Selección en esos dos partidos contra los peruanos, que buscaban al menos la clasificación para el repechaje sudamericano. Habían ganado sus dos partidos contra Venezuela y le habían robado apenas un punto como locales a Colombia en sus dos enfrentamientos. Estaban segundos, con 5 unidades, a tres de Argentina (cuando la victoria sumaba solo dos) y uno por encima de los cafeteros. Perú, uno de los países en los que más se quiere a los argentinos, estaba dispuesto a ganar, a como diera lugar.
Todos los relatos convergen en señalar la tensión que vivió el plantel apenas pisó Lima. Carlos Polimeni describe el clima enrarecido: «Era tremendo. Acababa de asumir Alan García, que era un presidente que había prometido no pagarle al Fondo Monetario Internacional, y con una agrupación armada como Sendero Luminoso muy activa. Y Sendero Luminoso decía que iba a secuestrar a Maradona. Entonces había un operativo de seguridad enorme, un quilombo en torno a Argentina…»
«La previa de ese partido fue traumática —recuerda Burruchaga—. Nosotros estábamos en un hotel en el centro de Lima. Llegamos creo tres, cuatro días antes y fue terrible el ambiente. Nos habían puesto gente adentro del hotel para que hicieran ruido, para que nos molestasen. Gente afuera todo el tiempo, no podíamos andar por ningún lado y el partido en sí fue bravísimo». Valdano hace su aporte aún asombrado por su propio relato: «Sí, sí. Lo recuerdo, un clima espeso y también recuerdo el juego periodístico. Lo de Sendero Luminoso era claramente una fantasía que pretendía agregarle tensión, nerviosismo al equipo. Y luego el marcaje a Maradona, una de las cosas más extravagantes que yo he visto en mi vida. Nunca he visto algo igual».
Roberto Challe confiaba en sonreír como otras veces frente a los argentinos. Le había pasado en las eliminatorias para el Mundial de México de 1970, y en cancha de Boca. Aquella vez, en 1969, jugó, ganó y dejó afuera al gran candidato. Esta vez le tocaba dirigir a la Selección de su país frente a Argentina, por coincidencias del destino, en unas eliminatorias que, de nuevo, conducían a México. Y tenía un plan. Y ese plan tenía un nombre y un apellido: Luis Alberto Reyna.
Hay gente que necesita una vida para entrar en la historia. Y hay otra gente a la que le alcanza un partido. A él le alcanzó con menos que eso: le alcanzó con una marca en un partido. No cualquier marca, desde luego. Pero Reyna cambió su vida y la de las eliminatorias porque marcó a Maradona. Acaso como nadie. «Roberto Challe me conversa y me dice que me iba a dar el trabajo de hacerle la marca personal a Maradona». Reyna habla al principio como de un partido más. Como quien cuenta un encargo de la esposa. Un «Luis, tenés que arreglar la canilla, que pierde hace una semana». Pero enseguida aclara que el encargo tenía su razón de ser: «Ojo que en esa época Argentina era Maradona. Lo que yo veía dentro del campo era que, vamos a suponer, Passarella agarraba la pelota y lo primero que hacía era mirarlo a Maradona. Calderón agarraba la pelota, lo primero que hacía era mirarlo a Maradona. Entonces, si no llegaba la pelota hasta Maradona, no había juego en Argentina. Por eso Roberto Challe estudió eso y dijo “vamos a hacerle marca personal”».
Pero lo de Reyna a Maradona no fue solo una marca personal. Fue un acecho, una jornada de caza, un acoso casi pornográfico. El peruano protagonizó una persecución tal sobre Diego, que si Liam Neeson la hubiera visto, ya habría comprado los derechos para filmar otro episodio de la saga Búsqueda implacable. El número 17 se pegó al 10 argentino, y no lo soltó ni cuando su propio equipo atacaba.
«Yo lo marqué a base del tacto —aclara el ex volante de Universitario y Sporting Cristal, como si fuera necesario—, porque yo estaba bien trabajado físicamente pero no tenía la velocidad de Maradona. Trataba de estar pegado en todo momento, y agarrarlo de parte de la cintura para que no tuviera un movimiento de desmarque y que sus compañeros no pudieran pasarle la pelota, cosa que se logró».
Pero más allá de la viscosa marca del peruano, muchos coinciden en que a Diego, ese día, le faltó el don que lo distinguía de los demás: la rebeldía. El mismo carcelero de esos 90 minutos en el Estadio Nacional de Lima se sorprendió: «Se dejó ganar muy rápido, no reaccionó, o sea, no fue el jugador que siempre veías, el que se molesta, el que saca la garra y va para adelante. Lo vi callado, en ningún momento reaccionó y eso me facilitó el trabajo». El periodista José Luis Barrio coincide, aunque en su reflexión aflora un meneo de cabeza. Un gesto como de pena: «Si bien la marca de Reyna fue pegajosa, insistente, molesta, en algún pasaje violenta, con bastante complicidad del árbitro, Diego estuvo lejos del Maradona rebelde, creativo, que se sacude el polvo de los pantaloncitos y sigue».
Burruchaga también apunta contra Reyna, que «se cansó de pegarle a Diego, se cansó de agarrarlo» pero reconoce que Argentina no jugó bien: «El resultado que nos convenía y que ya nos daba el paso, que era el empate, nos jugó un poco en contra. Nos jugó en contra eso y el clima dentro de la cancha. Fue el peor de toda la eliminatoria. Porque era cosa de mirar para todos lados y hasta la misma policía te quería pegar».
«Si a mí me hubiera pasado ahí, no sé, me trompeo», dice Reyna, ahora arrepentido, pero con la satisfacción del deber cumplido: «No me llena de orgullo. Solo hice un trabajo que se me encomendó en esa época, hice un trabajo porque quería defender a mi Selección pero, acá en Perú, no me gusta hablar mucho del tema de Maradona porque no estoy muy orgulloso de haber hecho ese trabajo».
Después de una doble tapada de Fillol, convirtió el Ciego Oblitas, un extraordinario y miope delantero de Universitario que una vez había perdido los lentes de contacto en un festejo. Y esta vez festejó, con lentes de contacto y todo, a los 8 minutos del primer tiempo el 1 a 0 que sería definitivo, y que le puso suspenso a la eliminatoria.
Al partido entre Perú y Argentina en Lima, los jugadores argentinos habían llegado sabiendo que un punto valía el pasaje al Mundial. Un punto, sí: solo un punto en dos partidos. Ahora quedaba uno solo. En la revancha, Argentina pasaba con el empate, pero cargaba con un peso más grande que el Monumental. Y a Bilardo, la cancha de River no le gustaba para la Selección. La veía fría, con la gente muy lejos: «Las canchas tienen que ser canchas de fútbol. A mí me decían “tiene pista atlética”, y “para qué la quiero la pista atlética”. “No, porque vamos a hacer cada seis meses una carrera, un maratón, y carreras de velocidad”, “y hacete un gimnasio, entonces, andá a otro lado, comprá 6 hectáreas y te hacés una pista de atletismo”».
Aunque quedara la posibilidad de un repechaje, todo lo que estaba en juego presagiaba gloria o drama. Y la función empezó con drama: el drama inicial de Franco Navarro.
A veces la memoria social es selectiva. De esa serie de partidos ida y vuelta se recuerdan la marca de Reyna a Maradona y la angustia por la clasificación. Pero de la patada de Julián Camino al delantero peruano, que duró en la cancha seis minutos, se dijo menos. Mucho menos. Se dice algo ahora, a la distancia. Como lo hace Garré: «Sí, fue una jugada realmente muy dura, que cada vez que nos juntamos con Julián le digo: “¿Te acordás de la patada que le pegaste al peruano?”, él me dice “sí, había que sacarlo de la cancha”. Pero se le fue un poquito…» Garré no se anima a finalizar la frase, porque no quiere terminar de señalar a su compañero, aunque por otro camino, de todos modos, lo deja al descubierto: «Aparte, le pegó arriba, y en esa época se jugaba con tampones de aluminio que te lastimaban. Entonces, en ese sentido fue bastante cuestionable esa jugada».
Cuestionable no es el calificativo que encuentra Fernando Signorini, preparador físico personal de Diego Maradona entre 1983 y 1991, para describir el planchazo de Camino a Franco Navarro: «Criminal. Sí, sí, sí. Fue como que salió del vestuario con la misión de sacarlo, porque este tipo era realmente una de las cartas más bravas que tenía Perú». Como si no estuviera jugando al fútbol sino tratando de romper maderas para sumar al fuego de un asado, así bajó Julián Camino su pierna derecha directamente contra la rodilla de Navarro. Y lo sacó de la cancha. Fractura de tibia y peroné. Ocho meses sin jugar. Un año más tarde, el peruano llegó a Independiente y los mismos protagonistas se reencontraron en un partido entre el Rojo y Estudiantes. Camino se acercó para disculparse, pero Navarro se ve que no aceptó y como venganza, le clavó cuatro goles al Pincha. Pero la verdad sea dicha, esa proeza, que lo llevó a la tapa de El Gráfico en la semana, no lo ayudó a volver al Monumental, a aquel domingo 30 de junio. La sanción del momento para el argentino fue leve: solo una tarjeta amarilla. Pero una pena mayor lo alcanzó luego: la inusitada violencia lo dejó a Camino sin mundial. Nadie lo quería en el equipo después de lo que había hecho. Fue su último partido en la Selección.
Bilardo no dice que mandó a la cancha a Julián Camino con la orden de sacar del partido a Navarro. Pero tampoco lo condena. Trata de buscar antecedentes, como los chicos, que hurgan en el pasado para ver si pueden justificar una falta con otra falta anterior de su oponente. Un “él empezó” pero entre adultos: «Sí, pero no. Ellos también tenían jugadores fuertes. Manera vino en camilla de Perú, con Estudiantes, también. Eso, son jugadas que son desgraciadas, que pasan». Bilardo habla de la década del 60.
Pero en la década del 80, en el partido que comenzó con la fractura de Navarro, Pasculli aprovechó que Diego se le fugó a Reyna e hizo un gol que pudo calmar a Argentina. Pudo, pero no. No era un día de calma. Velázquez y Barbadillo dieron vuelta la historia y Perú se puso 2 a 1. El Monumental era un temblor. Los recuerdos son distintos, y caen a borbotones: atajadas, cancha pesada, goles, presagios. Pero todos convergen en una misma sensación: Argentina parecía perdida.
«El Pato hizo un par de atajadas… Una que fue impresionante, creo que a Teófilo o a Uribe», dice Passarella. Mariano Hamilton, que cubrió ese partido para el diario Clarín desde la popular, confirma que fue contra Uribe la increíble tapada de Fillol, y agrega una más a Barbadillo. Signorini suma el factor campo de juego y una revelación: «En el 1 a 0 hubo tres jugadas en las que a la clasificación argentina la salvó el barro. Porque si ese día no hubiera estado la cancha pesada…Creo que fue Baylón que lo enfrentó a Fillol, hizo un amague y por ahí la pelota, que entraba, se quedó frenada y le permitió al Pato llegar. Pero en un momento recuerdo haberle dicho al periodista Guillermo Blanco: “si no nos salva Passarella no nos salva nadie”».
Hugo Santilli, ex presidente de River y vice de la AFA, vivió el partido en el palco del Monumental junto a Grondona, que se ve que aún no había registrado su frase del anillo. Ese día en el Monumental, parecía que no todo iba a pasar: «En el minuto 25, Julio empezó a sangrar de la nariz. Yo le dije a su secretario que lo acompañara hacia la parte médica, que yo me quedaba siguiendo el partido. Había tenido un golpe de presión».
Todos los jugadores recuerdan ese partido contra Perú como un calvario. Un vía crucis deportivo. Morir para resucitar. No a los tres días, sino a 9 minutos para el final del juego. «Era como esos sueños donde te persiguen y vos vas corriendo en cámara lenta y no sos capaz de encontrar tu ritmo de carrera, que las piernas son pesadas y te alcanzan. Bueno, así me sentí yo en aquel partido —dice Valdano—. Y así recuerdo la impotencia de alcanzar un resultado que nos resultara útil en medio de la tensión del Monumental».
Daniel Passarella comienza a hablar con la seguridad de que ese es el momento en el que puede exigir una reivindicación. Un resarcimiento por los malos tragos. Por haberle sacado la cinta, por haber intentado dejarlo fuera de las eliminatorias en el primer partido. Por haberlo hecho sentir que ya no era necesario. Y nunca fue tanto lo que Argentina necesitó de él: «No estaba el equipo nuestro adentro de la cancha. No había equipo. Empezamos a tirar centros y centros. Quedábamos afuera del Mundial. Y me acuerdo los últimos ocho, nueve minutos fueron tremendos. A mí me agarraban unos calambres impresionantes. Me levantó mucho la gente porque empezó a corear mi nombre y me levanté y seguí porque no podía más. Cuando la pelota se iba para adelante me elongaba la pierna con las manos porque los gemelos los tenía que no podía más».
El Tata Brown se calza los bifocales y mira en la tablet el video del gol de Passarella. Sigue la jugada y el audio del relato de Marcelo Araujo, desde que el peruano Olaechea despeja y le queda a Burruchaga, para mandar el ollazo del milagro. Entre el centro y el gol, Araujo solo dice siete palabras, tres de ellas son «Passarella». «Llegan Passarella y Valdano… Passarella, ¡Pasarellaaaaa! ¡¡¡Goooool!!!»
«No entraba más esa pelota…Dios mío», dice el Tata, que acaba de ver cómo el tipo al que reemplazaría en el Mundial, al que admiraba, pero que ahora lo tenía relegado al banco de suplentes, ese tipo, baja la pelota con el pecho, la adelanta y desde un ángulo bastante poco probable, saca un inusual derechazo que roza en la mano derecha del arquero Acasuzo, pega en el palo más lejano y comienza un derrotero interminable sobre la línea. «Qué bárbaro. Yo estaba en el banco de suplentes ahí, casi me morí. Nunca entraba la pelota. Y digo “la puta que lo parió, cómo puede ser que nunca entre”. Qué bárbaro». Y no se sabe si el “qué bárbaro” es para definir esa sensación de eterna incertidumbre o para definir a Passarella. No importa aclararlo, porque la definición cabe para ambos.
También Garré necesita los lentes para ver en la pantallita portátil cómo Pasculli lo toma de la camiseta y lo empuja a Javier Chirinos, que había reemplazado al pegajoso Reyna 19 minutos antes. Lo empuja para que no pueda despejar. Lo empuja para que le quede el camino despejado a Ricardo Gareca. Y para que el Tigre pueda impulsar la pelota y por fin pase la totalidad de su circunferencia, como dice el reglamento, y el brasileño Romualdo Arppi Filho haga sonar su silbato de una vez por todas y señale el centro de la cancha. Garré necesita los lentes para ver, pero no para relatar lo que para él fue un esfuerzo colectivo, social y casi espiritual en pos de un gol: «Yo creo que la fuerza que hacíamos, los que estuvieron ahí abajo del arco o los que estábamos afuera, más la gente que estaba en la cancha, hizo que la pelota pudiera entrar».
Valdano, que siempre tiene la palabra justa, hace la comparación que todos están buscando hace rato: «Es el clásico gol que uno no grita de alegría, grita como si se hubiera salvado de un accidente. De decir: “qué suerte que tuve que me he salvado de esta catástrofe. Esto está lleno de muertos y yo sigo vivo”».
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