martes, 2 de julio de 2013

"Ojos bien cerrados"


"Marta sube al colectivo. Alguien le da el asiento.
Piensa en Dani, en llegar temprano para ayudarla a hacer la tarea.
Debe estar cerca, pero se distrajo. Pregunta a la persona que tiene al lado: “¿Me decís a qué altura estamos?”. El hombre responde: “No sé, no soy de acá”. “Caramba –piensa– donde este señor vive no conocen los números”. Se acerca al conductor, que le indica su parada. Desciende. Camina unos pasos y escucha su reloj. Todavía es temprano.
Entra a un bar. En general se acerca un mozo, que ayuda a ubicar una mesa. Pide café con leche y medialunas. Para desayunar no necesita un menú. Otras veces no es tan fácil. No todos los bares cuentan con cartas en Braille, aunque deberían tener una; así lo establece una ley de la ciudad. También está el problema de no saber dónde está el mozo, ya sea para hacer el pedido o pedir la cuenta. Hay opciones, si no se tienen problemas de timidez: “Hacer percusión con la cucharita, levantar la mano, como en el colegio, chiflar hacia un lado y hacia el otro”, enumera. Pero prefiere esperar. No haría lo que su amigo: “Como tardaban demasiado en volver a su mesa y necesitaba irse, un amigo llamó desde su celular a la pizzería en la que estaba. Avisó que estaba en el salón y que necesitaba un mozo”."
Del artículo: Ojos bien cerrados