miércoles, 3 de noviembre de 2010

El García Márquez de Mario Vargas Llosa

Fragmento de 'Historia de Un Deicidio'.

A mediados de 1958, García Márquez dejó de trabajar en «Momento». A raíz de la visita que hizo el entonces Vi-ce-Presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, a Cara-cas y de los disturbios que provocó —su automóvil fue apedreado y él abucheado y casi agredido por los mani-festantes—, el propietario de la revista, Ramírez Mac-Gregor, escribió una nota de excusas que debía aparecer como editorial de «Momento». Plinio y García Márquez decidieron publicar la nota con la firma del autor, en señal de discrepancia, lo que originó un escándalo. El resultado fue la renuncia de ambos y de varios redactores. García Márquez pasó a trabajar en una revista de la cadena Capriles, «Venezuela Gráfica», publicación escandalosa y chismográfica a la que la gente había rebautizado con el nombre de «Venezuela Pornográfica». También co-laboraba, esporádicamente, en la revista «Élite».
El carácter amarillento de la nueva revista no debió preocupar demasiado a García Márquez, para quien el periodismo había sido hasta entonces, de un lado, una ac-tividad alimenticia, y, de otro, una especie de deporte, una manera de estar en contacto con los hechos más no-vedosos y divertidos de la vida. Pero a fines de 1958 algo sucedió en América Latina que cambiaría totalmente esa actitud funcional y un tanto aséptica de García Márquez hacia el periodismo: la revolución cubana. En los últimos días de diciembre, la dictadura de Fulgencio Batista acabó de derrumbarse y Fidel Castro y sus barbudos entraron a las ciudades liberadas de la isla. El triunfo de los guerrilleros cubanos abría una nueva etapa en la historia de América Latina; la victoria de Fidel provocó de inme-diato un gran movimiento de solidaridad en todo el Con-tinente, y, sobre todo, en los medios estudiantiles e inte-lectuales. Fue el caso de García Márquez: como a muchos escritores latinoamericanos de su generación, la revolu-ción cubana hizo de él, por lo menos durante un tiempo, un hombre activamente comprometido en una acción política de izquierda.
En enero de 1959, para contrarrestar la campaña pe-riodística hostil que había surgido en Estados Unidos y América Latina con motivo de los fusilamientos de Cuba, Fidel Castro organiza ‘La operación verdad’, e invita a periodistas y observadores de todo el mundo a asistir al juicio de Sosa Blanco, García Márquez está entre los pe-riodistas que llegan a La Habana y asiste a las audiencias del juicio, sentado a muy poca distancia del acusado. Cuando éste es condenado a muerte, García Márquez firma con otros periodistas una petición pidiendo la revi-sión del proceso. En los cuatro días que permanece en La Habana sus amigos lo oyen hablar, nuevamente, de su proyecto de escribir alguna vez una novela sobre un dic-tador: los horrores de la dictadura de Batista, documen-tados durante las audiencias del juicio a Sosa Blanco, han reavivado ese proyecto concebido en los días finales del régimen de Pérez Jiménez. Aunque los fusilamientos de criminales de guerra en Cuba le han causado una impre-sión dolorosa, García Márquez regresa a Caracas firme-mente solidario de la revolución y entusiasmado con el clima heroico y mesiánico que se vive en Cuba. Más aún: regresa decidido a concretar de alguna manera práctica esta adhesión.
La oportunidad se presenta pronto. La revolución cu-bana acaba de fundar una agencia, Prensa Latina, en vista de las constantes deformaciones que las agencias interna-cionales cometen al propagar las noticias de la revolución. Al frente de la agencia está Jorge Ricardo Massetti, periodista argentino, viejo amigo del Che Guevara. Mas-setti propone a Plinio Apuleyo Mendoza y a García Márquez que abran la oficina de Prensa Latina en Co-lombia y ellos aceptan. En febrero de 1959 García Márquez retorna a Bogotá y de inmediato inicia sus actividades de periodista político. La tarea no es fácil y requiere una paciencia sin límites y habilidades diplomáticas. El objetivo es doble: enviar a La Habana crónicas veraces sobre la situación colombiana, y conseguir que los servicios informativos de Prensa Latina sean publicados por la prensa de Colombia, la mayoría de cuyos órganos ve cada día con más alarma la radicalización de Cuba. Trabajando con convicción, esforzándose porque los ser-vicios de Prensa Latina sean ágiles y objetivos dentro de su línea comprometida y venciendo a veces mediante la amistad y los contactos personales las prevenciones de directores de diarios, radios y revistas, Plinio y García Márquez consiguen durante buena parte de 1959 que las noticias de Prensa Latina se abran paso en la prensa y se difundan en la radio, contrapesando así en parte las in-formaciones hostiles a Cuba de las agencias norteameri-canas.
A mediados de año apareció en «El Tiempo», con una ilustración de Botero, «La siesta del martes». Ese mismo año se publicó, en un festival del libro, la segunda edición de «La hojarasca», con un breve episodio suprimido y algunas otras modificaciones . El 24 de agosto nació en Bogotá el primer hijo de los García Márquez, quien fue bautizado por Camilo Torres con el nombre de Rodrigo.
Tampoco el periodismo político, más absorbente que el que había practicado antes, lo apartó de su vocación. Al poco tiempo de instalarse en Bogotá escribió «Los funerales de la Mamá Grande» y luego rescató el manuscrito de los pasquines, para corregirlo. Esta es la historia de la nueva versión: «Después, en Bogotá, García Márquez releyó los originales de la novela y empezó a desalojar personajes y episodios, en un silencioso trabajo de carpintería mental, que concluyó con una determinación drástica: había que romper aquellas 500 cuartillas y escribir el libro de nuevo. Trazó un plan cuidadoso. Estableció de antemano los compartimentos de la historia, de suerte que a cada día correspondiera un capítulo; señaló el área de cada personaje; purgó adjetivos; esquivó la dominante influencia «faulkneriana» que se había hecho sentir en su primer libro y aprendió de Hemingway la magia de una sobriedad llevada al máximo rigor. Después de esto escribió en tres meses la novela iniciada cuatro años atrás.
»Sus amigos jamás se explicaron por qué, una vez concluida, y en apariencia perfectamente lograda, la novela fue puesta de nuevo en cuarentena por su autor, como tampoco entendieron la razón de que ella se quedara sin nombre. A falta de un bautizo legal, la novela tuvo un apodo de familia. Se llamó ‘el mamotreto’.
»El libro viajó por varios países en la maleta de su autor, compartiendo un espacio exiguo con un espantable saco de rayas eléctricas, semejante a los que usan los cómicos de la TV americana, que García Márquez lleva a todas partes, quizá como un recuerdo nostálgico de su aplazada vocación de director de cine» .
En setiembre de 1960, Jorge Ricardo Massetti llamó a García Márquez a La Habana, donde estuvo trabajando en Prensa Latina hasta fin de año. La situación en Cuba no era la misma que había encontrado en su primer viaje. Una vez que quedó claro que la revolución no se conten-taría con un cambio de personas en el gobierno, sino que aspiraba a realizar reformas profundas en la estructura social y económica del país y se hacía cada vez más evi-dente su orientación socialista, la hostilidad hacia el régimen por parte de Estados Unidos fue total. Y en la propia isla, los sectores conservadores e incluso liberales pero anti-comunistas, hacían oposición al régimen. Hab-ían empezado a registrarse actos de sabotaje y terrorismo con¬tra la revolución. De otro lado, en el seno del régimen había cierta tirantez: lo que más tarde sería denunciado por Fidel Castro como ‘la política sectaria’ de Aníbal Es-calante y su grupo, manifestaba sus primeros síntomas. Los viejos miembros del partido comunista, encabezados por Escalante, iban copando gradualmente los diversos órganos del poder, desplazando en ellos a gente del «26 de julio» y de otras fuerzas fidelistas. Esta pugna había llegado a Prensa Latina, donde la posición de Massetti se hallaba amenazada. García Márquez seguía este proceso con inquietud; al mismo tiempo, trabajaba con sus com-pañeros de la agencia a un ritmo infernal: «A mediados del sesenta regresé a La Habana; estuve trabajando seis meses y te voy a decir lo que conocí de Cuba: conocí el quinto piso del edi-ficio del Retiro Médico, una vista reducida de la Rampa, la tienda Indochina, que está en la esquina; conocí otro ascensor que me llevaba por la otra calle al piso veinte, donde vivía con Aroldo Wall. ¡Ah!, y conocí el restaurante Maracas, donde comíamos, a una cuadra y media de allí. Trabajábamos todos los minutos del día y de la noche. Yo le decía a Massetti: ‘Si algo va a hundir a esta revolución es el gasto de luz’» . Durante la estancia de García Márquez en La Habana, se decidió que iría a Nueva York como corresponsal.
Poco tiempo después aparecería la primera edición en libro de «El coronel no tiene quien le escriba», que se había fraguado algunos meses antes, durante un viaje de Gar¬cía Márquez a Barranquilla: «Dos años después, estando yo tirado al pie de la piscina del Hotel del Prado, en Barranquilla... le dije a un botones que me solicitara una llamada a Bogotá porque tenía que pedirle plata a mi señora. Alberto Aguirre, un editor antioqueño que estaba ahí —no sé por qué estaba, pero estaba ahí— me dijo que no le pusiera sebo a mi señora, y que más bien él me daba 500 pesos por el cuento ese que había apa-recido en «Mito». Ahí mismo le vendí los derechos en 500 pesos y hasta la fecha» .
García Márquez llegó a Nueva York con Mercedes y Rodrigo a principios de 1961 y se incorporó a la oficina de Prensa Latina como sub-jefe. El trabajo era intenso y riesgoso; los corresponsales eran objeto de amenazas constantes por parte de grupos de exiliados y, como no podían portar armas, tenían en sus escritorios varillas de hierro, para caso de agresión. Esta atmósfera se fue exa-cerbando en los meses siguientes y llegó a su clímax en abril, cuando la campaña anti-castrista en la prensa nor-teamericana alcanzó proporciones histéricas. Luego los acontecimientos se precipitan: el 16 de abril Fidel Castro proclama el carácter socialista de la revolución cubana. Dos días después, se lleva a cabo la operación que había montado cuidadosamente la CIA: aviones norteamerica-nos bombardean los aeropuertos cubanos, mientras un ejército de exiliados, entrenado en bases de Florida y Centroamérica, es desembarcado en Bahía de Cochinos. Una semana después, la invasión está liquidada, los in-vasores están muertos o prisioneros y todas sus armas han sido requisadas por la revolución. En Cuba, la pobla-ción festeja con entusiasmo delirante ‘la primera derrota del imperialismo en América’.
En las semanas que siguen, invisible para el grueso del público, se acelera en la isla el proceso que sería de-nunciado más tarde como el del ‘sectarismo’: la camarilla de viejos comunistas que encabeza Aníbal Escalante des-plaza mediante intrigas y maniobras burocráticas a la gente que no le es totalmente adicta en los puestos claves de la administración y en las empresas nacionalizadas; quienes se atreven a protestar son acusados de contra-revolucionarios. Prensa Latina es uno de los objetivos del grupo estalinista y la situación de Massetti se volvía in-sostenible: por presión de Escalante se ve obligado a re-admitir en la agencia a redactores que habían sido des-pedidos por incapaces. Disgustado con estas intrigas, García Márquez había escrito a Massetti diciéndole que iba a renunciar ‘antes de que me boten como contra-revo-lucionario’, pero luego, ante la inminencia de una inva-sión a la isla, retiró su renuncia. En mayo de 1961, Plinio Apuleyo Mendoza está en La Habana, Massetti le revela este estado de cosas y le comunica su intención de reti-rarse de Prensa Latina. Unas semanas más tarde, en Nueva York, Plinio y García Márquez renuncian también, en solidaridad con Massetti. Este, al apartarse de la agen-cia, ingresaría voluntariamente al Ejército rebelde, como soldado, y moriría años después, combatiendo, cuando trataba de organizar un frente guerrillero en la Argentina.
En Colombia, antes de viajar a Estados Unidos, García Márquez había recibido una carta de su amigo, el poeta Álvaro Mutis, que estaba en la cárcel, en México, en la que le pedía ‘algo para leer’. García Márquez abrió su in-separable maleta y le envió los cuentos que había escrito en Caracas y Bogotá. Meses después recibió en Nueva York una mala noticia: Mutis había prestado el manuscri-to a la periodista mexicana Elena Poniatowska y ésta lo había perdido. García Márquez no tuvo tiempo de preo-cuparse demasiado, pues había problemas más inmedia-tos que resolver. Acababa de perder su trabajo y sólo le quedaban unos pocos dólares. Había decidido retornar a Colombia. Plinio, que regresaba a Bogotá, se comprometió a girarle dinero a Nueva Orleans. Los García Márquez irían hasta allí en un ómnibus de la ‘Greyhound’. Así, además, García Márquez podría hacer realidad una vieja ambición: echarle un vistazo al sur faulkneriano: «Son veinte días de carretera, alimentándose con leche malteada, con hamburguesas, conociendo en Atlanta un áspero rostro de los Estados Unidos («no querían recibirnos en los hoteles porque creían que éramos mexicanos») y leyendo, en otro pueblo del Sur, un letrero que decía: «‘Prohibida la entrada de perros y mexicanos». En Nueva Orleans había 120 dólares esperándolos en el Consulado de Colombia, y un restaurant de prestigio in-ternacional, el Vieux Carré, con un menú capaz de resarcirlos de la dieta. «Pedimos un inmenso Chateaubriand —recuerda Gabo— y nos lo llevaron coronado por un durazno en almíbar. Furioso por el atentado, pedí hablar con el chef, y en mi mejor argot parisiense lo mandé siete veces a la m... Inútil: el chef, presuntamente francés, era un sureño cerrado» .
En Nueva Orleans cambia de planes y decide seguir por tierra hasta México, para dedicarse al cine como guionista. Aunque en la capital mexicana tiene algunos amigos ansiosos de ayudarlo (Álvaro Mutis, sobre todo) los primeros meses no son nada fáciles. Llegó a México exactamente el día en que los diarios anunciaban la muerte de Hemingway y esa misma noche escribió un conmovido artículo de homenaje . Pasó varias semanas sin conseguir ningún trabajo, endeudándose, y en ese período escribió un relato, «El Mar del tiempo perdido», con el que clausuraría toda una etapa de su vida de escritor . Pasarían varios años antes de que volviera a escribir fic-ciones. Cuando descubre que es muy difícil abrirse cami-no en el mundo del cine, se resigna a volver al periodismo. Gustavo Alatriste había comprado hacía poco dos revistas de gran tiraje, «Sucesos» y «La Familia», y estaba buscando quien las dirigiera. García Márquez se ofrece a hacer las dos revistas a condición de no escribir ni una letra en ellas. Fue responsable de ambas publicaciones durante dos años y ni siquiera tuvo una máquina de escribir en su oficina. Su trabajo consistía en diagramarlas y en llenarlas de refritos de todas partes. «La Familia» era una revista para señoras, con consejos matrimoniales, recetas de cocina y novelitas rosa, y «Sucesos» se especializaba en crímenes y episodios sensacionalistas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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